Cada tanto el sistema capitalista chileno demuestra su cara más cruda. En noviembre pasado veíamos la tragedia de Quintero, con centenares de trabajadores y estudiantes intoxicados. Ahora, el caos en Osorno debido a la contaminación del agua potable, demuestra que la privatización del agua sólo significa ganancias para los empresarios y pésimos servicios a la población. En nuestro país todo es un negocio: el agua, la salud, la educación, las pensiones…
Las tragedias de Osorno o Quintero nos muestran que el único camino para que evitar que sucedan ese tipo de “accidentes” es estatizar esas empresas y ponerlas bajo control de sus trabajadores y de las comunidades. Son ellos quienes deben decidir cómo solucionar los problemas, pues son los verdaderos afectados y los que saben cómo funcionan las empresas. Los ministros, directores de empresas y ejecutivos no tienen idea de lo que sufren las comunidades o de cómo funcionan las empresas, son completamente inútiles.
Otro gran problema que está viviendo nuestro país es la inmigración. No porque los inmigrantes sean un problema, sino por el abuso que se comete todos los días en contra de ellos. La situación de los cientos de venezolanos en Chacalluta es inadmisible. Hace semanas el gobierno de Piñera cerró la frontera a esos trabajadores, que huyen de una terrible crisis. Hace semanas que cientos de madres, padres y niños venezolanos esperan abandonados por los gobiernos de Chile y Venezuela, en la frontera para poder entrar al país. Algunos de ellos ya han muerto en la espera.
Los trabajadores debemos rechazar el cierre de frontera por parte del gobierno y acoger a los inmigrantes que huyen de la miseria. Con las ganancias de las familias más ricas del país podríamos perfectamente garantizar condiciones dignas de vida y trabajo para todos los trabajadores, chilenos e inmigrantes. Dar la bienvenida a los inmigrantes, ayudarlos a organizarse para defender sus derechos y luchar contra los que hacen negocios con nuestra vida es una tarea de toda la clase trabajadora chilena.