Por Luis Cortés / David Espinosa
En la televisión nos muestran todos los días que la política es sucia. Que los políticos prometen y no cumplen, que hay corrupción. Vemos el bajo nivel de los candidatos, los insultos etc. Cualquier trabajador tiene asco a esa política. Pero los trabajadores también participamos de la política. Cuando luchamos por nuestros derechos, cuando hacemos huelgas, cuando vamos a las marchas NO + AFP. Eso también es parte de la política. Cuando los trabajadores y trabajadoras del sur, hace pocos años, tomaron y controlaron Punta Arenas, Aysén, Chiloé y otras ciudades, también estaban participando de la política. No de la política de los políticos. De la política de los trabajadores, del pueblo.
Los trabajadores somos fundamentales
Los trabajadores producimos toda la riqueza de la sociedad. Movemos los barcos, descargan las mercaderías, construyen las termoeléctricas, cobre el de la tierra… los profesores educan a nuestros hijos. ¿Y por qué los trabajadores no podemos, nosotros mismos, gobernar la sociedad? ¿Por qué necesitamos políticos profesionales? Nosotros decimos que sí, que los trabajadores podemos gobernar la sociedad. Y hay ejemplos de eso en la historia. Esa parte de la historia no nos enseñan en el colegio, porque no les sirve a los dueños del poder.
La experiencia chilena
En los años 1970 Chile pasó por una de las experiencias más importantes de latinoamericana. En estos años mucho cambió e incomodó a los poderosos. Los trabajadores estaban conscientes de su fuerza y de la necesidad de cambiar las cosas. Eligieron Salvador Allende como presidente , pero tampoco creían que Salvador Allende iba a solucionar sus problemas, por eso los trabajadores se organizaron y empezaron a controlar, por ellos mismos, casi toda la sociedad. Cuando un patrón cerraba una fábrica o no cumplía con los derechos de los obreros, los trabajadores la tomaban y la hacían producir igual que antes, pero sin los gerentes y dueños. Cuando los ricos comerciantes intentaban esconder las mercaderías, los trabajadores empezaban a organizarse en los barrios y fábricas para distribuir los alimentos.
En ese proceso surgieron los cordones industriales, que funcionaban como parlamentos de los trabajadores, pero sin la política sucia de los políticos profesionales. En los cordones industriales se discutía todo: qué producir, cómo producir, dónde distribuir, cómo enfrentarse a la represión, la necesidad de armar a los trabajadores para defender sus conquistas, etc. En ese momento mucho de la riqueza producida en el país empezó a ser utilizada para solucionar los problemas de los trabajadores. El cobre fue nacionalizado y otros recursos naturales también.
El gobierno de Salvador Allende fue presionado a llevar las transformaciones adelante. Pero al final de cuentas la política de la UP y también de Allende, a groso modo, fue privilegiar negociaciones con los poderosos en lugar de confiar en el poder de organización y lucha de la clase obrera. Esta política vía negociaciones con los poderosos demostró su ineficacia, y así vino el golpe militar, uno de los más violentos del continente.
La alegría nunca llegó y no llegará confiando en las elecciones de los ricos
Después de muchos años de dictadura los trabajadores volvieron a salir nuevamente a las calles en los años 80. Nos prometieron la alegría, pero esa nunca llegó. En la «democracia», las mismas familias que controlaban el poder en el periodo de Pinochet siguieron gobernando el país. Hoy, 30 años después, los trabajadores ya estamos agotados de tantas promesas y volvemos a tomar la política en nuestras manos.
El aprendizaje que nos deja el fracaso de la vía pacífica al socialismo debe ser considerado a la hora de ver nuevos fenómenos como el Frente Amplio, quienes postulan que los cambios centralmente vienen por el parlamento y sus leyes vías negociaciones con los poderosos de siempre. No podemos esperar nada de los poderosos y privilegiados y de sus elecciones. Nosotros creemos que solo una lucha por una revolución socialista, que avance hacia conquistar un gobierno de los trabajadores, sin parlamentos empresariales, es la vía para conquistar nuestros derechos.