por Roberto Monares

A 5 años del proceso revolucionario abierto el 18 de octubre en Chile, también conocido popularmente como “estallido social”, son múltiples las notas en periódicos y revistas que se realizan con diversas interpretaciones.

En estas páginas queremos reafirmar el carácter de revolución del proceso iniciado el 18 de octubre del 2019. Sin embargo, desde nuestro punto de vista, se trata de una revolución desviada. Sobre ella existe literatura de la dinámica al interior del régimen, la burguesía y el reformismo. Podemos hacer mención a la visión liberal-burguesa: “Pensar el malestar. La crisis de octubre y la cuestión constitucional” de Carlos Peña, basada en la “teoría del malestar” que genera el propio éxito de modernización de la obra concertacionista. “Octubre Chileno: La irrupción de un nuevo pueblo” de Carlos Ruiz, académico fundador del Frente Amplio, que sostiene la necesidad de regulación al desenfrenado capitalismo chileno “neoliberal” postdictadura. Gabriel Salazar, en “La porfía constituyente”, con una concepción liberal-popular de una asamblea constituyente y los cabildos. Lo cierto es que en todos esos trabajos está ausente el punto de vista de los intereses históricos de la clase trabajadora en la lucha por el socialismo, la existencia de revoluciones.

Las revoluciones, junto a las crisis económicas y las guerras, son el rasgo característico de la época del capitalismo en decadencia, su fase imperialista. El carácter convulso y la resistencia de las masas es el rasgo del mundo del presente. Chile no está exento de aquello y fue parte primordial de la ola revolucionaria del 2019 que atravesó el planeta, en diversas magnitudes, en Hong-Kong, el Líbano, Bahréin, Colombia, Haití, Ecuador. Enmarcar el 18 de octubre chileno en una perspectiva de la época de “crisis, guerras y revoluciones” y específicamente en la ola revolucionaria del año 2019 desmiente las explicaciones reaccionarias conspirativas que atribuyen los movimientos de las masas a planes preconcebidos o a la visión que limita todo un fenómeno al programa de su dirección circunstancial.

En el presente, los partidos del régimen lanzan una campaña permanente contra el “18 de octubre”, la defensa de “Carabineros”, la inexistencia de presos políticos, porque son todos “delincuentes”, con resultado en la conciencia de las y los trabajadores. La derecha en Republicanos, Chile Vamos, Demócratas, hablan del “estallido delincuencial”. El Gobierno del Frente Amplio y el Partido Comunista sellan la unidad del régimen en “intentar borrar” el “18 de octubre”, abrazando a Piñera como un “demócrata” , rechazando la “violencia”, con el matiz en la necesidad de realizar algunas reformas. Sin embargo, todas esas campañas de los partidos del régimen no pueden ocultar los porfiados hechos.

La violencia revolucionaria de masas.

En el prólogo “La Historia de la Revolución Rusa”, de León Trotsky (1932) nos encontramos con varias consideraciones sobre la dinámica de una revolución: “El rasgo característico más indiscutible de las revoluciones es la intervención directa de las masas en los acontecimientos históricos (…). La historia de las revoluciones es para nosotros, por encima de todo, la historia de la irrupción violenta de las masas en el gobierno de sus propios destinos”i. A continuación, sin embargo, precisa: “Las masas no van a la revolución con un plan preconcebido de la sociedad nueva, sino con un sentimiento claro de la imposibilidad de seguir soportando la sociedad vieja”.

En Chile, la irrupción violenta de las masas en su acción independiente, con su carácter espontaneo, en oposición a las conducciones de los partidos y direcciones del régimen, se presentó como elemento característicos del proceso. El gradualismo de reformas progresivas al régimen político emanado de la transición pactada de la dictadura de Pinochet fue la política central de la Concertación (a partir del primer Gobierno de Bachelet con el Partido Comunista), con reformas constitucionales y legislativas emanadas de los acuerdos en el parlamento. En primer término, contra esa gradualidad de reformas y profundización del capitalismo semicolonial chileno, objetivamente, el 18 de octubre se enfrentó, constituyendo un punto de quiebre. Se agotó la paciencia, se trataba de cambiar todo.

La jornada del 18 de octubre del 2019 abre una situación revolucionaria de carácter espontaneo, alejada del plan preconcebido de alguna organización política o sindical. Los grandes capitalistas y los partidos del régimen se encontraban aterrorizados. Un buen ejemplo fueron las palabras de la esposa de Piñera, Cecilia Morel que definió la situación de octubre como una “invasión alienígena” y a su vez adelantó un programa: “debemos compartir los privilegios”. Lo especifico en el inicio de la revolución fue la simpatía y justificación de amplias masas de la clase trabajadora y la pequeña burguesía (cacerolazos en comunas de clase media) a la violencia revolucionaria de masas, expresada en un primer momento en las barricadas y acciones de destrucción de lugares simbólicos del poder burgués chileno, generalmente desarrolladas alrededor de la principal plaza de la capital o ciudad.La violencia revolucionaria de masas aparece como un mecanismo legítimo de la actividad política en defensa de los intereses de los explotados y las capas populares.La “Primera Línea” como expresión de la violencia revolucionaria de masas se presentó como un método de lucha muy presente en la tradición chilena: las barricadas. Una antesala reciente fue la utilización por el movimiento estudiantil, que resistió durante toda la década de los 90 y 2000 a los planes privatizadores. La Primera Línea significó un salto, con un marcada composición obrera-popular, con acciones contundentes que hicieron entrar en crisis a Carabineros. Pero lo fundamental fue la relación de apoyo y participación de masas.

En enero del 2020, una encuesta de la Universidad Diego Portales -Feedback- informó: alrededor de un tercio de los jóvenes de entre 18 y 29 años apoya las barricadas (37%) y los enfrentamientos con Carabineros (35%). El rechazo a esas expresiones ronda también el 30% (33% y 31% respectivamente), mientras que el otro tercio no toma partidoii.

No obstante, un régimen político por muy desgastado que se encuentre no cae solo. Es necesario derribarlo. Los “violentistas”, como los definió Andrés Chadwick, ex ministro del Interior de Piñera, no eran una minoría social y el movimiento de masas escogió el método para demostrarlo de forma contundente.

EL proceso se combina y transita en diversas formas de lucha, en las calles y con la huelga general. Sobre las barricadas y la transición de métodos de lucha en las revoluciones, en particular, F. Engels en el prefacio a la edición alemana de La Lucha de Clases en Francia, de Marx, analizando las revoluciones de París 1830 y febrero de 1848 en España, identifica: “En París, en julio de 1830 y en febrero de 1848, como en la mayoría de las luchas callejeras en España, entre los insurrectos y las tropas se interponía una guardia civil, que, o se ponía directamente al lado de la insurrección o bien, con su actitud tibia e indecisa, hacía vacilar asimismo a las tropas y, por añadidura, suministraba armas a la insurrección. (…) en todos los casos se alcanzó la victoria porque no respondieron las tropas, porque al mando le faltó decisión o porque se encontró con las manos atadas. Por tanto, hasta en la época clásica de las luchas de calles, la barricada tenía más eficacia moral que material.iii

En Chile, la dinámica del enfrentamiento entre las clases identifica que la barricada con saqueo/destrucción de lugares simbólicos del poder burgués, alcanzaba como objetivo desmoralizar a la tropa de los aparatos represivos, infringiéndole derrotas que podríamos llamarle meramente “tácticas”, defendiendo manifestaciones, pero que marcaban un límite a la hora de pasar a la ofensiva para socavar un régimen (“más eficacia moral que material”, en palabras de Engels). La barricadas y la Primera Línea marcaron un embrión espontáneo de organismos de autodefensa que pudieron haber llevado la lucha de clases a niveles superiores con la existencia de un partido revolucionario iv. Sin embargo, como necesidad de profundizar el enfrentamiento del movimiento de masas con el régimen político, las barricadas se combinan a saltos con los métodos de lucha obrera en la democracia burguesía chilena: la huelga general del 12 de noviembre del 2019.

El “Plan Laboral” y la huelga general del 12 de noviembre del 2019.

La noche de la huelga general del 12 de noviembre del 2019 se escapó del control de las mismas direcciones que la habían convocado. El agrupamiento “Unidad Social” que condensaba la dirección del proletariado, en donde se incluía la CUT, Coordinadora 8M, “NO+AFP”, secundarios, sindicatos, etc., luego de aquella noche, no volvió a convocar una nueva huelga general (solo a un paro de 11 minutos).

La huelga general del 12 de noviembre del 2019 no fue un producto artificial o cayó del cielo.

Si bien es determinante que la recomposición del movimiento obrero chileno post golpe de Estado tiene un carácter reformista encabezada por la Democracia Cristiana y el eje PS-PC, en un sindicalismo de colaboración de clases por “más democracia y Dialogo social”, a partir de los años 2000, la superestructura sindical empieza a dar cuenta de lo que pasaba por la base y la clase obrera chilena comienza a ensayar respuestas a la fragmentación o división. Como ejemplo fueron las luchas por los “Acuerdos Marco”, basadas en la fuerza objetiva del proletariado en posiciones estratégicas, como el subcontrato de la minería (2007) y las huelgas portuarias nacionales (2013). Otro ejemplo de lucha unificada del proletariado fue la Coordinadora No+AFP, que el 2016 había convocado a movilizaciones multitudinarias, sin encontrarse abierta aun una situación revolucionaria. Emerge la huelga no reglada o llamada por la burguesía “Huelga ilegal” (El Observatorio de Huelgas Laborales de la Universidad Alberto Hurtado afirma esta tendencia de crecimiento de la huelga “ilegal” en Chile ”v), lo que no excluyó que existieran huelgas dentro de la legalidad del Plan Laboral/Código del trabajo, como la histórica huelga de 37 días en la minera La Escondida (2017), el yacimiento privado más grande del mundo; huelgas coordinadas en el sector de planta de Codelco (2018) o los duros combates en el sector portuario (Mejillones 2013, Valparaíso 2019). Así, la huelga general del 12 de noviembre del 2019 no fue un producto artificial, sino una acumulación de experiencias y expresión de una necesidad histórica de hacer sentir el peso del proletariado de conjunto.

Rosa Luxemburgo en 1906, en un balance de la revolución rusa de 1905, sobre el carácter de necesidad histórica de los métodos dice : “Si la revolución rusa nos enseña algo es sobre todo esto: que la huelga general no es un producto artificial, programado y decretado, sino un fenómeno histórico que se produce necesariamente en un momento determinado sobre la base de las relaciones sociales existentesvi.”

En el presente se instala la necesidad de una nueva legislación laboral en Chile. El derecho a negociación colectiva y el derecho a huelga están seriamente limitados. La contrarrevolución del golpe de estado del 11 de septiembre de 1973, primero asesinando a la vanguardia obrera, avanzó en los años posteriores a una nueva etapa que llamó “Plan Laboral”, imponiendo un nuevo sistema de explotación laboral y saqueo de los recursos naturales. El llamado “modelo” se mantuvo y profundizó, fundamentalmente en las reformas laborales de la Concertación con el respaldo de las direcciones del sindicalismo DC-PS-PC (Acuerdos CUT-CPC). En estos términos, el 12 de noviembre del 2019 marca un punto de inflexión y un salto en la respuesta obrera, expresando que la clase trabajadora tiene herramientas de combate actuales para imponer su peso social como clase, superando las fragmentaciones, golpeando como un solo puño.

El grupo de observadores CIPSTRA, en un estudio de la huelga general del 12 de noviembre del 2019, compara ”Al menos desde el fin de la Dictadura, los llamados a “paro nacional” no han logrado mucha efectividad por diversas razones. En primer lugar, porque la tasa de sindicalización en Chile es muy baja -inferior al 20% de los asalariados -, limitando de antemano el porcentaje de trabajadores que podrían de forma organizada convocar a un paro en sus lugares de trabajo. En segundo lugar, porque el sistema de relaciones laborales en Chile genera muchas restricciones y límites al ejercicio de la huelga, estando prohibida su realización por motivos políticos o de solidaridad ajenos a la empresa y por fuera de la negociación colectiva reglada. Finalmente, porque incluso en aquellos lugares en los que existen sindicatos, el tamaño reducido y escaso poder que tienen la mayoría de ellos hacen difícil que puedan participar de una huelga general sin que los empleadores respondan con represalias, entre ellas el despido, situación que se agudiza en los casos que no existen organizaciones de trabajadores. (…)”Pero esa realidad fue utilizada por la clase trabajadora para dar respuesta a nuevas herramientas de combate: la huelga general ampliada. En el mismo informe del grupo CIPSTRA, se sostiene la unidad de la acción en los lugares de trabajo con la movilización por fuera de los lugares de trabajo. “(…) la concepción de huelga general debe tomarse en un sentido ampliado, para abarcar no sólo sus expresiones tradicionales, sino también aquellas que, por fuera de los espacios físicos del mundo del trabajo, buscan contribuir al éxito de esta acción de protesta.(…) Justamente, la tesis central que se defenderá es que la especificidad de esta huelga consistió en que se sobrepuso a una histórica dificultad del sindicalismo en la postdictadura: lograr movilizar a trabajadores no sindicalizados, que son la mayoría.(…) Por ello, se puede decir que la huelga no fue sólo sindical, sino que abarcó a un importante y mayoritario sector de la clase trabajadora.”vii

En el mismo sentido de una huelga general con combinación de la lucha en los lugares de trabajo y la lucha de masas, Rosa Luxemburgo, en “Huelga de masas, Partidos y Sindicatos” (1906), valoraba la huelga general como una expresión de superación de todas las trabas burguesas a saltos, afirmando: «La concepción pedante, que pretende que las grandes movilizaciones populares se desarrollen según planes y recetas, considera que es indispensable, antes de “atreverse a pensar” en una huelga de masas en Alemania, que los obreros ferroviarios logren el derecho a la agremiación. Pero el verdadero curso natural de los acontecimientos es exactamente lo opuesto a dicha concepción: el derecho de agremiación, tanto para los trabajadores postales como para los ferroviarios, sólo puede otorgarlo una poderosa movilización huelguística de masas. (…)”viii Y respecto a relación de la lucha sindical cotidiana y los sectores del proletariado por fuera de esa legalidad, R. Luxemburgo, precisa valorando el salto del proletariado ruso en 1905 (que poseía menos derechos legales que el proletariado alemán): “Del mismo modo, el panorama de la supuesta superioridad económica del proletariado alemán sobre el ruso se altera considerablemente cuando nos alejamos de las estadísticas de las industrias y sectores sindicalizados y echamos una mirada a los grandes sectores del proletariado que están fuera de la lucha sindical o cuya situación económica especial no les permite incorporarse a la guerra de guerrillas cotidiana de los sindicatos. Vemos, uno tras otro, sectores importantes en los que la agudización de los antagonismos ha llegado al punto culminante, en los que hay abundancia de material explosivo acumulado, que padecen mucho de “absolutismo ruso” en su forma más cruda, que tienen que hacer las primeras rendiciones de cuentas económicas con el capital.”Así, lejos de una visión esquemática nostálgica del capitalismo de “bienestar” del siglo XX , la configuración del régimen chileno post dictadura recreó “abundancia de material explosivo acumulado” en su “forma más cruda” para que sea la clase obrera quien imponga su peso y número y social a través de una formulación de huelga general de combinación de paralización de sectores productivos con la lucha de masas en las calles. A partir de ese momento, la clase trabajadora en unidad con las capas populares, demostró la potencialidad de socavar totalmente las bases del régimen político, con elementos espontáneos semi-insurreccionales, tales como irrupción de masas en algunos regimientos urbanos. Sin embargo, si bien la huelga general plantea el problema del poder entre las clases , mas por sí mismo no lo soluciona. Esto fue lo que paso el 12 de noviembre del 2019. En Chile se planteó a fondo el carácter político, contra el régimen, de la acción obrera. Fue el momento de máxima debilidad del régimen burgués en Chile en más de 40 años. Sin embargo, no existía un partido revolucionario con un programa y acción para asestar la derrota al régimen burgués. En contraposición, se desarrolló la actividad de los partidos reformistas para rescatar ese régimen. La burguesía y su régimen comienzan entonces un camino de revertir su aislamiento y su máxima debilidad. Ahí nace el acuerdo del 15 de noviembre, el “Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución”.

El desvío del “Acuerdo por la Paz” y la actualidad del gobierno de Gabriel Boric como continuidad neo concertacionista.

Los partidos y direcciones del régimen de la transición pactada de la dictadura de Pinochet actualizaron sus políticas para lograr encauzar el proceso hacia una nueva transición pactada por la vía del “Acuerdo por la paz social y una nueva Constitución”.

Los “grandes acuerdos” fueron lo que caracterizaron la política burguesa en Chile post-dictadura, basados en el sistema electoral binominal. En la medida que el régimen chileno fue abriendo fisuras, se fueron ensayando respuestas de “unidad de los de arriba”, que se expresaron desde los primeros acuerdos Lagos-Longueira ante los casos de corrupción MOP-GATE en el 2003. Luego de las primeras grandes movilizaciones secundarias del año 2006, la respuesta burguesa fue la LGE, con la foto histórica de todos los políticos del régimen parlamentario tomados a manos alzadas. Este fue otro ejemplo de esos acuerdos. A partir del estallido revolucionario de 2019, esa misma política se mantuvo, con el Acuerdo por la Paz y el acuerdo para el Segundo proceso Constituyente, que incluyó al PC. El “Acuerdo por la Paz”, en la noche del 15 de noviembre del 2019, fue una política defensiva del régimen para, luego de socavar las bases de la movilización, pasar a la ofensiva y desviar la revolución hasta la actualidad, con el gobierno de Gabriel Boric. El “Acuerdo por la Paz” no se podría haber consolidado la noche misma de su firma. Si el objetivo era el desvío de la revolución hacia las instituciones del viejo régimen de democracia burguesa pactada post dictadura, en medio de la situación revolucionaria abierta, se requería a lo menos actos complementarios. La noche del 15 de noviembre del 2019 el régimen político no tiene claridad si sus acciones lograrían “pacificar” el país. Boric firma como diputado en solitario, contra la decisión de su partido Convergencia Social. El Partido Comunista, en enero del 2020, se suma al “Acuerdo por la Paz”, con la inclusión de la paridad y las listas de independientes. Unidad Social, CUT de Barbara Figueroa, ANEF, ante el día de la cuenta Pública del criminal Piñera el 11 de marzo del 2020, para descomprimir e iniciar el movimiento para vaciar las calles llamo a un paro de “11 de minutos”. Es decir, la política de emergencia de huelga general del 12 de noviembre había ido mucho más allá de las direcciones y comienza un desplazamiento hacia el proceso Constituyente. Por su parte, grupos políticos y colectivos de la tradición roji-negra que rechazan el “Acuerdo por la Paz”, llaman a un “Marzo de revolución”, sin mayor repercusión al interior de las organizaciones de masas y sin un programa alternativo para enfrentar al régimen político y al capitalismo neoliberal chileno.

Si comprendemos el “18 de octubre” como un salto en un periodo prolongado de acumulación de cientos de miles de movilizaciones previas, aisladas, frustradas, en huelgas pequeñas, frustradas, humillaciones, etc., entenderemos que lo que estaba en el centro era el orden de los años “90” y todo lo demás en los márgenes. La izquierda reformista en todas sus variantes (FA-PC-independientes), con el resultado electoral del plebiscito de entrada reforzó su ilusión de que estaban garantizados cambios graduales, pacíficos, en el proceso chileno. “Chile será la tumba del neoliberalismo”. Los “Independientes” (Lista del Pueblo, Movimiento Sociales, No neutrales) fueron la principal fuerza en la Convención Constitucional, abriendo una nueva crisis de incertidumbre a la gran burguesía. Llamamos “Independientes” al fenómeno electoral que tenía un amplio arco heterogéneo (desde asambleas territoriales que habían mandatado candidatos hasta burgueses sin base social con aspiraciones electorales) con el contenido general de transformar electoralmente a las viejas instituciones del régimen.

En estos términos, el momento de apertura de la primera Convención Constitucional expresaba, en el terreno de las elecciones, que la relación de fuerzas de octubre no estaba derrotada. El punto de inflexión de la situación se trasladaba a la superestructura. La tarea que se planteaba en ese momento era que el movimiento nuevamente expresara la fuerza de octubre en las calles. La “Vocería de los pueblos” y el “Manifiesto de los 34 constituyentes”, que cuestionó el reglamento de la Convención Constitucional, marcaba un camino de ruptura con el Acuerdo por la Paz. La respuesta de más de 600 organizaciones, que respaldaron el Manifiesto y la decisión política de retomar las demandas del 18 de octubre contra el Acuerdo por la Paz, marcaban el camino de retomar la huelga general como mecanismo de manifestación de la fuerza de la clases populares. En ese marco, solo el Movimiento Internacional de Trabajadores, a través de nuestra única convencional constituyente María Rivera, impulsó acciones que apuntaban hacia la movilización a partir de los puntos del Manifiesto, con el objetivo de mantener las acciones extraparlamentarias como eje del proceso revolucionario abierto. En ese sentido, realizamos un “Encuentro Por la Soberanía de la convención Constitucional”, en el cual participaron diversas organizaciones que apuntaban a retomar ese camino, planteando concretamente que la Convención Constitucional debería ser soberana, desconociendo cualquier subordinación a las instituciones del régimen de los 30 años y a su reglamento, tomando medidas de urgencias en favor de las capas populares. Sin embargo, los llamados “Independientes” reforzaron la ilusión de que no era necesario impulsar la lucha de clases extraparlamentaria, puesto que estaba garantizada la conducción de la Convención, aceptando el reglamento y realizando acuerdos con el Frente Amplio, el PC y el Partido Socialista de gobernabilidad de la Convención. Los intereses de la gran burguesía estaban representados en el Bacheletismo, como expresión burguesa imperialista progresista en Chile, vinculada a las Naciones Unidas y el Partido Demócrata norteamericano. Este gran acuerdo de los “Independientes” se materializó en la mesa de conducción de Elisa Loncon primero, y Maria Elisa Quinteros, ambas provenientes de los “Movimientos sociales” e inclinó la situación de manera definitiva en favor de las necesidades de certeza de los negocios de la burguesía. Es la victoria definitiva del “Acuerdo por la Paz” y sentó las bases preliminares del venidero gobierno de Gabriel Boric y “Apruebo Dignidad”.

No es cierto, como afirman sectores reformistas y el gobierno, de que en el escenario de haber ganado el Apruebo a la Nueva Constitución emanada de la Convención, el país cambiaría. El proyecto de Nueva Constitución, como fruto del pacto de los “Independientes”, el Partido Socialista y “Apruebo Dignidad”, más allá de libertades formales, mantenía la esencia de capitalismo neoliberal chileno, con el control de los grandes grupos económicos sobre el conjunto de la economía del país. No se tocaban los grandes monopolios de la minería, de la pesca, del litio, la concentración de tierras en manos de las empresas forestales. La campaña del “Rechazo” de salid fue una iniciativa de los sectores burgueses que habían sido excluidos de la gran negociación de la Convención Constitucional para lograr forzar una nueva negociación en nuevas condiciones.

La elección del gobierno de Gabriel Boric, derrotando en segunda vuelta al ultraderechista José Antonio Kast, rápidamente expresó la continuidad de la política de los grandes acuerdos en el Parlamento y en la mantención del capitalismo neoliberal chileno. Estos “grandes acuerdos” del régimen, actualmente, se dirigen a adoptar todas las medidas legales y políticas para enterrar cualquier posibilidad de repetición del escenario abierto el 18 de octubre, con la huelga general del 12 de noviembre del 2019, y profundizar el modelo de saqueo de los recursos naturales (Leyes represivas anti-toma, Nain-retamal, aprobación del TPP11, Acuerdo SQM-Codelco para la explotación del litio etc).

El segundo proceso constitucional, con la “Comisión de expertos” negociada en el parlamento y la posterior mayoría del Partido Republicano en el Consejo Constitucional expresó a fondo que los procesos constituyentes rápidamente perdieron respaldo popular, en un marco de agravamiento de la crisis social y desigualdad en el país. Así, se llega a la desmoralización política de amplias franjas de la vanguardia que tenían expectativas en los procesos constituyentes o en su defecto de alcanzar reformas progresivas en el gobierno de Gabriel Boric. La revolución Chilena es desviada fundamentalmente al callejón sin salida de los procesos constituyente y las expectativas en el gobierno de Gabriel Boric y el PC.

A 5 años del “18 de octubre”. ¿Nuevos estallidos? ¿Cómo cambiar Chile?

A 5 años del “18 de octubre”, sectores de vanguardia comienzan a superar esa desmoralización y retomar la lucha en diversas facetas sindicales, sectoriales etc. El gobierno de Boric viene mostrando a fondo su contenido burgués, adoptando muchos elementos del programa de la derecha y aumentando el saqueo del país (“40 horas” con flexibilidad laboral, profundización del saqueo con el Acuerdo SQM-Codelco y medidas criminalizadoras en favor de la represión de carabineros, prisión política a luchadores Mapuche y el movimiento secundario). No obstante, las enormes contradicciones sociales y crisis políticas que se generaron el 18 de octubre siguen vigentes y algunas se han profundizado en los últimos años bajo el gobierno Boric-PC (crisis de la vivienda, salud, seguridad, empleo, etc.). Identificamos que la burguesía impone sus objetivos de desviar el proceso revolucionario, conservando el viejo régimen de la transición pactada, sus partidos y su política central de los consensos, pero no infringiendo una derrota física al movimiento obrero y los llamados movimientos sociales. Por tanto, sostenemos que la revolución fue desviada. Y en ese marco, de la combinación de elementos objetivos de crisis, en diversas magnitudes, surgirán, en el próximo periodo nuevas luchas de masas y crisis revolucionarias en el país.

Esta nueva etapa abre una discusión política en la vanguardia y las organizaciones revolucionarias en el país ¿Cuál es la estrategia y camino para cambiar Chile y el mundo?

Desde el MIT, sostenemos la necesidad de defender un programa socialista y fundar un partido revolucionario de la clase trabajadora.

En primer lugar, no se puede cambiar Chile sin tocar la esencia del capitalismo chileno. Los problemas sociales que generaron la revolución de 2019 se han profundizado. En la revista especial que publicamos sobre los “50 años del Golpe”, señalamos:“(…) El capitalismo neoliberal chileno genera innumerables contradicciones sociales y ambientales. (…) En primer lugar, la economía primario-exportadora tiene como consecuencia un mercado laboral precario. Un país que produce cobre en su forma más básica, celulosa, salmón y frutas semiindustrializados no puede esperar tener un gran desarrollo tecnológico y científico y tampoco generar una mano de obra calificada. Los sectores de servicios tampoco son de alto desarrollo tecnológico. Así, la calidad del empleo es necesariamente mala. Para complementar, la legislación laboral implementada por la dictadura y mantenida por los gobiernos “democráticos” dificulta y criminaliza la organización del proletariado para luchar por mejores condiciones de vida y trabajo.

En segundo lugar, la economía “extractiva” es necesariamente intensiva. Para que Chile pueda importar los miles de productos que la sociedad necesita, tiene que exportar millones de toneladas de cobre, celulosa, etc. Eso genera un profundo daño ambiental (uso intensivo de agua, relaves mineros que se perpetúan sin control, contaminación del aire, de los ríos, napas subterráneas, del mar, destrucción de ecosistemas, y un largo etcétera). Esos problemas “ambientales” son también sociales, en la medida en que los que más sufren sus consecuencias, además de la naturaleza, son las poblaciones que viven en esas “zonas de sacrificio”.

El tercer problema es que la mayoría de las grandes empresas están en manos de unos pocos grupos económicos, muchos de ellos transnacionales. Eso hace que los recursos creados por toda la clase trabajadora terminan siendo acaparados por esas familias, generando una brutal desigualdad social y un saqueo de los países imperialistas sobre la riqueza nacional.”ix

De ahí que el carácter objetivo de la revolución chilena tiene un sentido de revolución anticapitalista, ya que el conjunto de las demandas más elementales del movimiento de masas choca contra el régimen y la propiedad concentrada de las 10 familias y sus partidos, que gobiernan el país desde la transición pactada, y llegado el momento adoptará en su dirección un sentido “clásico” que sea dirigida por la clase obrera y sectores populares. No obstante, estos problemas se agravaran por la falta de un partido revolucionario que tenga un programa revolucionario y milite con esta concepción de revolución, en oposición y enfrentamiento encarnizado al programa de reformas graduales y dentro del marco del capitalismo que impulsa el PC y la izquierda reformista.

La revolución chilena desviada expresa la vigencia del programa de transición de articulación de las más elementales demandas democráticas del movimiento de masas con la expropiación y nacionalización de los medios de producción, mediante los métodos de la violencia revolucionaria de masas. Trotsky planteaba, en ¿A dónde va Francia? (1936): “Los capitalistas no pueden ceder algo a los obreros, más que cuando están amenazados por el peligro de perder todo. Pero incluso las mayores “concesiones” de las que es capaz el capitalismo contemporáneo (acorralado él mismo en un callejón sin salida) seguirán siendo absolutamente insignificantes en comparación con la miseria de las masas y la profundidad de la crisis social. He aquí por qué la más inmediata de todas las reivindicaciones debe ser reivindicar la expropiación de los capitalistas y la nacionalización (socialización) de los medios de producción. ¿Que esta reivindicación es irrealizable bajo la dominación de la burguesía? Evidentemente. Por eso es necesario conquistar el poder.”

Las lecciones del 18 de octubre profundizan la potencialidad de la violencia revolucionaria de masas en sus diversos métodos de romper el consenso y poner en extrema debilidad a la burguesía. Sin embargo, al mismo tiempo, se expresaron los límites de la espontaneidad a la hora de imponer un programa socialista que destruya los engaños de los programas de reforma graduales. Construir un partido revolucionario es una tarea urgente. Un partido que materialice el balance del 18 de octubre y que inicie la articulación revolucionaria de las reivindicaciones democráticas y socialistas en transición al poder obrero socialista.

Ese partido debe tener un programa que ponga en el centro, a lo menos:

1) El fin al saqueo del país con la nacionalización todas las empresas estratégicas del país, como la Gran Minería del Cobre, del litio, las grandes empresas metalúrgicas, siderúrgicas, carreteras, puertos, bancos y AFPs. Los bienes naturales también deben estar bajo control de la clase trabajadora, como el agua y las tierras.

2) La planificación la producción y repartición de la riqueza. Esta planificación y repartición debe estar orientada a solucionar las demandas de los trabajadores: acabar con el déficit de viviendas; garantizar salud y educación públicas, gratuitas y de calidad para todos los habitantes del país; garantizar alimentación sana y en cantidad necesaria a todos; pagar sueldos y pensiones dignas a los trabajadores y jubilados; devolver las tierras y territorios reivindicados por el pueblo mapuche; crear las condiciones materiales y sociales para liberar a las mujeres del trabajo doméstico; acabar con la opresión y discriminación a los distintos sectores sociales, como extranjeros, LGBTIs, etc.

3) El control de los trabajadores sobre todos los aspectos de la producción nacional con el objetivo de discutir y decidir democráticamente qué producir, cómo producir y en qué cantidad. Junto con ello, tomar medidas inmediatas para frenar la destrucción de ecosistemas y contaminación ambiental;

4) La disolución de las instituciones del Estado burgués semicolonial Chileno mediante la violencia revolucionaria de masas reemplazándola por instituciones de autoorganización de la clase trabajadora, los pueblos originarios, la juventud popular y el pueblo pobre. Los representantes de ese nuevo poder deben ser electos desde las bases, lugares de trabajo, estudio, barrios y del campo. La experiencia de la potencialidad de los cordones industriales en los años 70 muestra una alternativa de poder. Los sectores parasitarios de la sociedad, como los dueños de empresas y bancos, latifundistas, oficiales de las Fuerzas Armadas y Carabineros, cúpula de las Iglesias, etc., no deben tener representación en ese poder, que debe ser dirigido por las y los trabajadores, que son los que mueven la sociedad.

5) La política militar del proletariado con autodefensa y armamento general de la clase trabajadora y el pueblo. Es necesario acabar con las actuales Fuerzas Armadas y policías, que solo sirven para defender a los sectores privilegiados de la sociedad. Las nuevas Fuerzas Armadas Revolucionarias deben ser compuestas por trabajadores y trabajadoras organizados, con oficiales electos y con cargos revocables;

6) La revolución, al adoptar un carácter anticapitalista y socialista, será parte de la revolución mundial contra el capitalismo y luchará en Latinoamérica por la toma del poder de los trabajadores en los países vecinos y la creación de una Federación de las Repúblicas Socialistas de Latinoamérica.

Pero las ideas se materializan en la sociedad en instituciones. La huelga general con toda su potencialidad debe plantear a fondo la cuestión del poder en la sociedad capitalista y la clase obrera debe hacer sentir con vigor toda su fortaleza. Sin embargo, no basta con arrinconar en extremo a la burguesía y sus partidos. Lo central es la centralización de una dirección política que pueda dirigir esa violencia revolucionaria en destruir la capacidad burguesa de recomponerse, imponiendo nuevas instituciones de poder político y militar nacidas desde los explotados. En estos términos, las lecciones del 18 de octubre ponen en el centro la tarea actual de la vanguardia obrera, juvenil y mujeres de fundar en Chile un partido revolucionario marxista internacionalista que agrupe a lo más avanzado de la vanguardia obrera, la juventud internacionalista, las mujeres, los pobladores, que luche por la refundación de la Cuarta Internacional, con una separación estratégica, programática y organizativa al reformismo del Partido Comunista de Chile, un requisito central para que cambie Chile.

i L. Trotsky, “Historia de la Revolución Rusa”

ii https://www.ciperchile.cl/2020/01/28/se-instala-un-mayor-respaldo-de-los-jovenes-a-la-violencia-en-la-accion-politica/

iii F. Engels, en prefacio de “Lucha de Clases en Francia de 1848 a 1850”.

iv A. Gomes, “La estrategia militar del proletariado”, Revista 50 años del golpe (2023)

vEn términos de participación, se observa un aumento: en promedio, en el 2021 se movilizaron 10.037 trabajadores, de los cuales el 80% a través de huelgas extralegales. La extensión del tiempo de duración de los conflictos se ha mantenido en aumento, alcanzando la cifra récord desde el retorno a la democracia (13,8 días en promedio) mientras que las extralegales del sector privado disminuyeron (promedio de 1,6 días). Enseñanza (53 huelgas), Transporte (36), y Salud (35) son los sectores económicos donde más se concentró la actividad huelguística; en el sector público, las huelgas ocurrieron, principalmente en el área de la Salud (14 huelgas) y Educación (12).”

vi R. Luxemburgo, “Huelga general de masas, Partido y Sindicatos”.

vii https://cipstra.cl/informe-balance-de-la-huelga-general-del-12n/

viii R. Luxemburgo, idem.

ix O.Calegari, “De la transición a la nueva revolución chilena”, Revista 50 años del golpe (2023)

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