Por: Gustavo Machado, del canal Orientação Marxista de Brasil
En una famosa escena de la literatura española, el noble Don Quijote, dominado por la locura, lucha contra molinos de viento creyendo que son guerreros gigantes. Es un personaje que busca cambiar el mundo, forzándolo a ser a su manera y se ve envuelto en un lío tras otro. Intenta con todas sus fuerzas ser un héroe, pero lucha en vano contra el viento. Para Marx, los reformistas son como Don Quijote. En un texto preparatorio de El Capital, llamado Grundrisse, califica de quijotescas las acciones reformistas. Es una referencia al personaje Don Quijote. Para Marx, intentar reformar el capitalismo es como golpear la punta de un cuchillo. Pero ¿qué entendía Marx por reformismo?
¿Qué es el reformismo?
Lo que caracteriza el reformismo es la creencia de que es posible arreglar el capitalismo. La creencia de que el capitalismo no funciona porque una u otra parte está desajustada. Bastaría con corregir lo que está mal y todo el sistema funcionaría de forma racional, coherente y justa. En este sentido, los reformistas no parten de la sociedad tal como es, sino de cómo debería ser. Es curioso, entonces, que muchos consideren que el marxismo es utópico. Utópico es creer que el capitalismo se puede reformar, que es posible arreglarlo. Esto es lo que veremos aquí.
Un ejemplo muy interesante fue el influyente socialista francés Joseph Proudhon. En 1848, la clase obrera se puso por primera vez en lucha directa contra la burguesía: comenzaba la revolución de 1848. Proudhon se mantuvo distante de todas las luchas y despreciaba a todos sus dirigentes. Para él lo fundamental era implementar su proyecto de reforma. Con su proyecto de sociedad ideal en mente, Proudhon no gastó tiempor en movilizaciones, barricadas y luchas callejeras en la revolución que se producía. Fue elegido diputado y presentó su proyecto al parlamento francés en 1848. Este proyecto fue rechazado por 600 votos contra 2.
Su proyecto era el siguiente: sustituir el dinero por una especie de vale o bono que pagaría la hora de trabajo. La principal medida, por lo tanto, era transformar las empresas en cooperativas de trabajadores. Sin embargo, dichas cooperativas continuarían fabricando bienes y vendiéndolos en el mercado. El trabajador ahora sería patrón y trabajador al mismo tiempo. Proudhon quiere conservar la mercancía y deshacerse del dinero. Mantener el capital acumulado en las empresas y acabar con el capitalista. ¿Es esto posible?
El capitalismo como sistema articulado
Toda la obra económica de Marx, especialmente El Capital, busca demostrar que no es posible resolver los problemas del capitalismo mediante reformas, como quería Proudhon. Al contrario de las características quijotescas de los socialistas utópicos y reformistas de la época, cuando pretendían construir la sociedad del futuro mediante una “reforma del mercado de valores” [en la bolsa] o de un banco que emitiera bonos horario, Marx destaca el carácter radicalmente contradictorio y potencialmente explosivo de las relaciones sociales capitalistas al gestar en su interior las condiciones que posibilitan su superación. “La competencia genera concentración de capital, monopolios, sociedades anónimas”, “el intercambio privado genera comercio mundial, la independencia privada genera dependencia total del llamado mercado mundial”, “la división del trabajo genera aglomeración, coordinación, cooperación” y, sobre todo, “la antítesis de los intereses privados genera intereses de clase”. Como puede verse, el capital es una “masa de formas antitéticas de la unidad social cuyo carácter antitético […] jamás puede explotar por medio de metamorfosis silenciosas” (MARX, 2011, p. 107).
Marx muestra cómo cada parte del capitalismo está relacionada con otra. Es un sistema por naturaleza irracional, contradictorio, opresivo y, por tanto, incontrolable. ¡Veamos!
El centro de este sistema es la producción destinada a la acumulación de riquezas por parte de las empresas individuales. Empresas que son una propiedad privada. No importa si son cooperativas o están controladas por un capitalista o más de uno. Dentro de estas empresas, como propiedad privada, existe un control férreo sobre actividades, funciones, horarios, con el objetivo de producir la mayor cantidad posible de riqueza y obtener ganancia.
Si, por un lado, al interior de las empresas todo es estrictamente controlado, por otro lado, no existe control alguno en las relación entre las empresas en la sociedad. Cada empresa produce mercaderías para ser intercambiadas en el mercado, consumidas por un comprador que, desde el inicio, nadie sabe quién es. Como todo se intercambia en el mercado, surge la necesidad del dinero que permite comparar toda esa multitud de mercaderías. Como vemos, si dentro de la empresa todo está estandarizado, dividido y regulado, fuera de ella reina una inseguridad total: nada se puede predecir con exactitud. ¿Se venderán los vehículos producidos por un fabricante de automóviles? ¿El mineral extraído de las minas encontrará compradores? Tal vez sí, tal vez no. Nadie sabe con certeza cuándo y dónde.
En esta inmensidad de empresas, estarán las que se dedican a la producción de mercaderías propiamente dichas: esto es el capital industrial. Aquí es donde entran los fabricantes de vehículos, los productores de calzado y alimentos, etc. Pero es necesario hacer que las mercaderías lleguen a manos de consumidores individuales, la mayoría de los cuales son trabajadores. Por eso existe el capital comercial, responsable de distribuir las mercaderías. Sin embargo, como no hay control sobre todas estas innumerables relaciones entre empresas, se desarrollarán dos ramas para establecer las condiciones mínimas para que este sistema siga existiendo.
La primera es el capital bancario que proporciona crédito y préstamo con un tipo de interés determinado; el crédito es una forma particular del capital que devenga intereses. Una parte importante de las empresas que componen el capital industrial necesita inversiones gigantescas. Sus instalaciones son enormes y el sistema de maquinaria muy caro. De esta manera, el capital bancario debe proporcionar a conjunto de las empresas, en forma de préstamos, el capital que posibilite que su negocio funcione: es el comercio de dinero. Por lo tanto, contraponer el capital bancario con el capital productivo es absurdo en los términos. Como indica Marx:
El sistema de crédito completa su desarrollo como reacción contra la usura. Pero esto no debe malinterpretarse ni interpretarse en modo alguno a la manera de los autores antiguos, los Padres de la Iglesia, Lutero o los antiguos socialistas. El sistema crediticio no significa otra cosa que la sumisión del capital que devenga intereses a las condiciones y necesidades del modo de producción capitalista (MARX, 2017, pp. 659-660).
Asei, el sistema crediticio es una exigencia necesaria del modo de producción capitalista, sin el cual la reproducción del sistema en su conjunto se vuelve imposible. Por eso, Marx ironiza las reformas propuestas por Proudhon, fundadas en el crédito gratuito:
Mientras el modo de producción capitalista siga existiendo, el capital que devenga intereses, que de hecho constituye la base de su sistema crediticio, también persistirá como una de sus formas. Sólo ese escritor sensacionalista, Proudhon, que quería mantener la producción de mercancías y abolir el dinero, fue capaz de imaginar el monstruoso crédito gratuito, esa pretendida realización del deseo piadoso desde el punto de vista de la pequeña burguesía (MARX, 2017, p. 667).
Hoy en día, como sabemos, la mayoría de las corrientes que creen posible domesticar el capitalismo hacen lo contrario: sacralizan el capital productivo y demonizan el capital bancario sin darse cuenta de la necesaria conexión entre ellos.
Pero la institución principal es el Estado. El Estado garantiza un padrón monetario, como el dólar y el real, que sea aceptado tanto por vendedores como por compradores dentro de un país. Para regular la competencia entre las empresas, el Estado determina una jornada laboral y los derechos mínimos para cada trabajador. Como la fuerza de trabajo es una mercancía que se vende y se compra en el mercado, una lucha entre trabajadores y capitalistas define el padrón mínimo de derechos. El Estado establece esta norma para todas las empresas. También define las condiciones para la compra y venta de mercaderías de empresas de países diferentes y, por lo tanto, negocia con otros Estados. Como vemos, el Estado no es capaz de controlar el mercado, sino de establecer las condiciones mínimas para su funcionamiento. Por esta razón, para asegurar que la economía capitalista no se descarrile, a través del Estado los capitalistas pueden concentrar sus fuerzas para reprimir todas y cada una de las amenazas a este sistema. De ahí las fuerzas armadas, el derecho, los jueces y las leyes. De ahí los constantes cambios en las formas políticas del Estado para adaptarse a las necesidades del momento, con miras a garantizar el mantenimiento del sistema y de las clases sociales que lo parasitan.
En este sentido, nada puede ser más contrario a la concepción marxista que la idea de transformar la sociedad poseyendo el Estado capitalista. En este sentido, Marx dirá:
Las formas jurídicas en las que estas transacciones económicas aparecen como actos de voluntad de los involucrados, como externalizaciones de su voluntad común y como contratos cuya ejecución puede ser impuesta a las partes por el Estado, no pueden determinar, como meras formas que son, ese contenido. Sólo pueden expresarlo. Cuando corresponde al modo de producción, cuando le es adecuado, ese contenido es justo; cuando lo contradice, es injusto. La esclavitud, basada en el modo de producción capitalista, es injusta, al igual que el fraude en relación con la calidad de las mercaderías (MARX, 2017, pp. 386-387).
Como puede verse, la crítica a la sociedad burguesa expuesta por Marx no se fundamenta en una condena moral de la mism, ni en una ética universal del hombre basada en principios eternos de justicia. Antes de eso, los presupuestos de las relaciones de producción socialistas aparecen en el seno de la propia sociedad burguesa. Si “no encontrásemos veladas en la sociedad [burguesa], tal como ella es, las condiciones materiales de producción y las correspondientes relaciones de intercambio para una sociedad sin clases, todos los intentos de explotarla serían quijotescas” (MARX, 2011, p. 107).
El reformismo no es un mal menor
Todo el sistema, por lo tanto, está orientado a garantizar el origen y fuente de toda la riqueza dentro de las empresas. Es decir: que el dueño de la empresa se apropie de parte de la riqueza producida por sus respectivos trabajadores y siga haciendo lo mismo año tras año.
La ilusión de los reformistas, por lo tanto, es creer que algunas de las partes de este sistema puede ser alterada en su naturaleza y hacer que el conjunto funcione de manera diferente. Que es posible, como pensaba Proudhon, abolir el dinero y mantener la mercadería. Acabar con los capitalistas y mantener la acumulación de capital dentro de las empresas.
Al igual que Proudhon, hoy, innumerables organizaciones creen que es posible humanizar el capitalismo. O sea, resolver los problemas de la clase trabajadora sin destruir en su conjunto el sistema que produce esos mismos problemas. Algunos, como Ciro Gomes en el Brasil, creen que el problema es el capital bancario y financiero. Su programa defiende el capital productivo e industrial contra el capital que comercializa dinero. Otros creen que a través del Estado es posible transformar la sociedad y transferir la riqueza producida a los más pobres, impulsando políticas de consumo familiar. También hay una vertiente nacionalista, que cree que la solución es favorecer a las empresas nacionales, privadas o estatales, frente a las extranjeras. Como podemos ver, tenemos varios tipos de reformismo.
Todos estos programas reformistas pueden incluso tener razón en varias de sus críticas a tal o cual problema en particular. Sin embargo, cuando intentan alterar el sistema usando sus propios engranajes, son tragados por él. Esto sucede porque todas estas partes: mercaderías, dinero, trabajadores y capitalistas, capital industrial y bancario, y el propio Estado están articulados entre sí y son parte de un mismo sistema. Alimentan los mismos engranajes. Por eso, Marx luchó contra los reformistas nacionalistas como el italiano Mazzini, líder de la unificación italiana en un solo Estado. También luchó contra los reformistas sindicalistas que se limitaban a pautas salariales y por empleo dentro de los límites del capitalismo y de las leyes establecidas por el Estado.
Pero el principal problema, para Marx, no es sólo el hecho de que las ideas reformistas estén equivocadas. El principal problema es que estas ideas son objeto de disputa dentro de las organizaciones de trabajadores. Cuando se ponen en práctica, estos proyectos de reforma conducen a la desmoralización, ya que resultan impotentes para lograr sus fines. De ahí la necesidad de un programa claro, que apunte hacia la destrucción del capitalismo y su Estado y la imposibilidad de reformarlo. Por eso, el reformismo no era, para Marx, un mal menor. Estas eran concepciones que debían ser derrotadas y destruidas dentro de las organizaciones obreras.
Por eso, toda su obra económica no fue escrita con un interés únicamente teórico. Su primer manuscrito sobre El Capital, los Grundrisse, fue escrito precisamente con la crisis europea y la posibilidad de una revolución. En este sentido, Marx informa a Engels: “Estoy trabajando como loco, toda la noche, para reunir mis estudios de economía de modo que al menos pueda comprender claramente los contornos antes del diluvio [el diluvio es la revolución europea que Marx preveía]”. ¿Por qué Marx quiere concluir un estudio de economía en el momento en que se acerca una revolución? La respuesta está en otra carta enviada a su amigo Joseph Weydemeyer donde dice lo siguiente: en este escrito “se destruye en sus fundamentos el socialismo proudhoniano, actualmente de moda en Francia, que pretende dejar subsistir la producción privada, pero organizar el intercambio de productos privados”. Quiere la mercadería, pero no el dinero. El comunismo debe, ante todo, deshacerse de este falso hermano”.
La lucha de Marx contra los reformistas fue, por tanto, la lucha contra los falsos hermanos del comunismo. Al fin y al cabo, las buenas intenciones no bastan. Un camino equivocado lleva el movimiento a la desmoralización y la derrota. Como dice Marx en El Capital: “el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones”. Se necesita un programa que tenga como objetivo destruir el capitalismo desde sus cimientos. Si no, estaremos luchando contra el viento.
Referencias
MARX, K.. El Capital – Crítica de la economía política. Libro III . São Paulo: Boitempo, 2017. MARX, K. Grundrisse. Río de Janeiro: Editorial Boitempo, 2011.
Traducción: Natalia Estrada